Un puñado de valientes
jóvenes marcha hacia el muro del norte a batallar por el honor de
sus tierras. Hay esperanza. Hay sueños. Hay ilusión. La mayoría de
los habitantes del centro del continente se contentará, pase lo que
pase. Nunca sufrirán, porque nunca esperan demasiado. Pronto
olvidarán las tragedias, cicatrizarán las heridas y se prepararán
para las nuevas guerras por venir.
Pero los habitantes del
sur son diferentes. El sur recuerda. Recuerda las decepciones.
Recuerda con tristeza. Recuerda con bronca. Recuerda que la última
vez que intentó volar alto, tras las montañas, sufrió una
dolorosísima caída. Recuerda que no era por arriba. Recuerda que
era por abajo.
El miedo al monstruo del
fracaso sigue intacto. Los Caminantes Blancos y Celestes
están de vuelta. Los siguen un ejército de muertos. Algunos de ellos parecen estar continuamente lisiados. Más atrás se arrastran un par de caballos, cansados y viejos. Y en el fondo espera un gigante sin manos.
El ejército de los muertos.
Sus rostros están
gélidos, sus piernas congeladas y sus pechos fríos. Amenazan con
volver a hacerlo. Como hace algunos años. Y como hace algunos meses.
Y como siempre.
Los Caminantes Blancos
y Celestes caminan.
Caminan indefectiblemente hacia la derrota. Un derrota indigna.
Caminan. Caminan desde el principio. Caminan en las finales.
La eterna promesa de El Príncipe que fue Prometido parece no terminar de cumplirse jamás. Tal vez él sea el Rey de los Caminantes Blancos
y Celestes. Parece que otra vez se nos viene la noche. La larga noche.
Copa América Centenario, USA 2016. Prepárense... el
invierno pectoral está llegando.